viernes, 9 de septiembre de 2011

Raymond Carver. Sus relatos cortos.

Cuando uno lee un relato breve debe estar preparado para cualquier
cosa. Cuando se lee a Raymond Carver (Estados Unidos, 1938-1988),
toda preparación previa es insuficiente. Por un camino o por otro,
Carver siempre logra sorprender. Si ha de elegir entre dos trayectos
para contar algo, tomará siempre el más directo y aún será capaz de
descubrir un atajo.
 Leer sus historias supone una aventura, pues es
parecido a lanzarse en paracaídas: en la primera línea te montas en el
avión. En la segunda ya te has tirado de él y en la tercera has tomado
tierra en medio de una historia, en pleno epicentro de un terremoto
íntimo, y a menudo cotidiano, en la vida de alguien con sus problemas
y preocupaciones. En las antípodas de la ficción.
 Abrir uno de sus libros de relatos es como abrir la puerta de casa y meterte 
sin querer en ladel vecino. Este no te ve y sigue con su vida, mientras tú le 
observas. Es una visita inesperada, casi siempre con un final abrupto como en
esos sueños de los que se despierta sobresaltado.
 Si Carver fuera un taxista, ofrecería las carreras más económicas de la ciudad.
 Su lenguaje es directo como una autopista, desbrozado de adjetivos, sin
curvas. Te conduce pisando el acelerador a tope y notas la velocidad
en el estómago. Miras por el parabrisas y a lo que ves, tú mismo le
pones los adjetivos –los tuyos–, y no porque se echen en falta en el
relato sino porque esos paisajes de historias personales se te quedan
grabados en la retina después de bajarte del coche y necesitas
calificarlos, ordenarlos en tu cabeza, trabajarlos.
 Sus historias no suelen tener un fin. Porque no terminan en la última palabra.
Precisamente es ahí donde comienzan de verdad. En el interior mismo
del lector.
©Mikel Aboitiz. Berlin, junio de 2011

lalenguasalvada

1 comentario:

  1. La lengua salvada acaba de estrenar nueva cara. No te sorprendas si mi rostro es diferente. La lengua va por dentro y permanece.

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